EL CHUCHO DE CHUCHI
(Cuento aliterado)
Chucha achucha al chucho de Chuchi
cada vez que se encuentran en la calle. El can consiente complaciente las
caricias de la chica pero parece preferir perderse en el parque, perseguir los
pequeños patos que pululan por el prado y picotean el pan de los paseantes,
pendiente al parecer de posibles porciones de pitanza propia, y ladrar
lúdicamente liberado de la lerda ley que limita su libre albedrío. Entonces
retoza risueño entre las ramas de los rosales, removiendo con el rabo los rojos
pétalos arrancados de las rosas, que caen renuentes, retenidos por el aire aún
húmedo de rocío. De los rosales corre a los romeros, cuyo aroma evoca recuerdos
que ya no reconoce pero que le agradan.
Aromas rústicos -fue perro de arriero- de recuas que recorren las rudas rutas
de su tierra.
Ya no es joven, y jadea jubiloso
tras el jaleo con los perros con los que se junta para el juego y la jarana,
entre los jazmines de los setos y los jardines de jacintos que la jauría
destroza con indócil desdén de las voces de sus dueños. Debe acudir a su
llamada pero deliberadamente desobedece, deseoso de diferir la retirada. Le
aguarda su cotidiana tarde tediosa, tiempo que transcurre con ritmo tenue, tenaz aburrimiento, tendido
sobre las patas traseras contemplando cómo transcurren las horas, tan calladas.
Antes de morir su muerte mueren sus
miembros, y muere también la memoria de la mañana de sus días mientras él, alma
mustia, masculla gañidos guturales malamente moderados por la modorra. Y la
vida, veloz, se desvanece en vespertinas veladas vaciadas de vivencias,
viciadas de vacío, viudas de valor, desvaídas. La nada nadea entre los nudos desnudos
de sus recuerdos, y nada nada ya en el mar de su memoria anonadada. Mientras,
Chuchi bosteza y sueña con Chucha. Y el chucho sueña también con la caricia de
Chucha y con el parque. Pero Chucha ya no está.