sábado, 23 de noviembre de 2013

Telepatía


Hay muchos mitos acerca del progreso que sólo se pueden explicar por un malentendido. Uno de ellos deriva de confundir el progreso técnico con el progreso moral. Otro puede muy bien provenir del peso excesivo que en el progreso moral se le concede a la empatía. Al menos en mi opinión -y supongo que esto no es decir mucho- el progreso moral se inclina más al lado de la razón que se sabe a sí misma, de la autoconsciencia. El espíritu no es sentimiento sino reflexión. (No es que el espíritu no albergue sentimientos: los posee, pero de un modo consciente, y en consecuencia también es reflexión). Por eso creo pertinente aclarar las consecuencias a que la tesis contraria podría dar lugar. Y, como para muestra vale un botón, he elegido la telepatía como mi conejillo de indias.
No se trata de una elección enteramente al azar. En efecto, hay al menos dos ámbitos desde los que la adquisición de esta supuesta facultad se nos propone como un paso que la humanidad ha de completar de camino hacia una equívoca y mal definida perfección. Me refiero, en primer lugar, al campo de las ciencias ocultas, los fenómenos paranormales y el esoterismo en general. En segundo lugar, la ciencia-ficción incluídos sus subgéneros satélites. Hay un tercero que reptaría entre ambos aprovechando sus resquicios y alimentándose de los jirones que ondean en los costados de una religión y una ciencia cuyas disciplinas -como toda disciplina- es aborrecida por la inmensa mayoría.
Siempre es útil comenzar con una definición, pero el nuestro es un término de definición bífida.Su etimología es ambigua y su sentido demasiado amplio. "Tele-patía" es sensación (o sentimiento) a distancia, aunque generalmente se considera que la distancia no tiene ninguna importancia y "sensación" incluye cualquier contenido psíquico, tanto sensaciones como emociones o pensamientos. Con la raiz griega "tele" se pretende aludir a la vía de transmisión de los contenidos psíquicos. Mejor dicho: se alude a la ignorancia de dicha vía, pues sólo se aclara que no se verifica a través de ningún sentido corporal. Por esta razón la telepatía se incluye entre los fenómenos de percepción extrasensorial, expresión que constituye una flagrante contradicción en términos.
No es mi intención discutir el status científico de los estudios que se han realizado acerca de estos supuestos fenómenos, sólo quiero hacer constar mi profunda perplejidad por el hecho de que tales investigaciones se hayan llevado a cabo. En ciencia, normalmente, se estudia un fenómeno cuando se tiene constancia de él (cuando se ha manifestado, cuando viene a ser fenómeno).  Toda la evidencia empírica ha de ser universalmente observable y reproducible, y se estudia sobre la base de una teoría previa. Sin embargo, las investigaciones acerca de los fenómenos de percepción extrasensorial, que se dilatan ya por espacio de un siglo y medio, tienen como fin primero establecer la existencia del fenómeno, sin que hasta el momento hayan tenido éxito alguno. Por lo que yo sé, la ciencia trata de explicar los hechos observados, no de inventarlos. Es cierto que el propio desarrollo científico, en ocasiones, da lugar a fenómenos no observados con anterioridad, bien por descubrimiento casual o por que su existencia se deduzca de alguna teoría que se quiere someter a prueba. Pero también lo es que la percepción extrasensorial no se ajusta a ninguno de los procediemientos habituales en ciencia. Así pues, no hay fenómeno para estudiar más allá de ciertos testimonios personales que no hay por qué tener en cuenta, ni teoría que permita sospechar su existencia más allá de las fantasías infundadas de algunos parapsicólogos locuaces. No comprendo que se desvíen fondos (públicos o privados) a este tipo de investigaciones. Este sí que es un fenómeno a estudiar...
Desde ciertas instancias se nos han presentado los fenómenos de percepción extrasensorial como una serie de facultades latentes en el ser humano, cuyo desarrollo -o recuperación- no puede ser considerado sino como progreso. Supongo que habrá quien crea en una supuesta forma superior de comunicación libre de las barreras materiales a que el lenguaje ordinario se ve sometido. Sin malentendidos, sin falsas interpretaciones, sin posibilidad alguna de mentiras. Y, en consecuencia, también en una hermandad de espíritus que vivan en perfecta armonía, unidos todos por un sentimiento común. Ahora bien, el lexema "patheia", que aparece tanto en "telepatía" como en "simpatía" o en "empatía" alude, según dije, en general a contenidos psíquicos tales como sentimientos, estados de ánimo, emociones o pensamientos. El fenómeno telepático se muestra en este punto extremadamente ambiguo. Hay una insuperable diferencia (que no es de grado, sino esencial) entre los pensamientos y otros contenidos psíquicos. Desde luego, nosotros podemos racionalizar los sentimientos, podemos hablar de ellos y estudiarlos, pero entonces estamos produciendo pensamientos acerca de ellos. De este modo los hacemos plenamente conscientes, pero ello no obsta para que la transmisión telepática de sentimientos sea radicalmente distinta de la transmisión telepática de pensamientos. En esto hay una confusión de charlatán. Yo puedo transmitir sentimientos a gritos, bramando como una bestia, arrancándome mechones de cabello o emprendiéndola a golpes con todo cuanto tenga a mano. Pero nunca podré comunicar pensamientos, o ideas complejas, de este modo. Para ello necesito un lenguaje articulado, o un código suficientemente rico y preciso que me permita verbalizarlos.
Sucede, no obstante, que tal cosa no se plantea en los experimentos sobre percepción extrasensorial. Los testimonios personales suelen referirse a la comunicación de puros estados de ánimo absolutamente descontextualizados; los experimentos se ciñen a la transmisión de ideogramas, de figuras sencillas estampadas en naipes (las famosas cartas Zener). La verdad es que los experimentos con cartas nunca han tenido éxito: habrá que concluir que la transmisión de ideas, por sencillas que sean, no es posible. En cuanto a la transmisión de estados de ánimo, caso de que se probara, de ningún modo podría considerarse como un progreso. En efecto, esta forma de comunicación no supera la comunicación animal mediante bramidos, por ejemplo. El ser humano ha evolucionado en el sentido de afinar extremadamente sus medios de comunicación entre individuos, movimiento en el que se cifra su éxito evolutivo. Desde luego que el lazo afectivo entre hablante y oyente facilita la comprensión, pero la comprensión misma no es cuestión de sentimiento, sino de reflexión: el oyente anticipa el sentido de lo que se le dice porque supone que quien le habla es un sujeto semejante a él. Se pone, pues, en su lugar; vuelve sobre sí mismo para salir idealmente de sí mismo. Por el contrario, la telepatía es intuición inmediata de un sentimiento que, en el mejor de los casos, podemos atribuir a otra persona. En el supuesto de que haya sido una capacidad perdida a lo largo de nuestra historia específica, habrá sido en aras de una capacidad superior. Su readquisición será, por tanto, un paso atrás, una regresión, nunca un progreso. Lo mismo que lo sería el retorno a la locomoción cuadrúpeda, a pesar de que nos permita una velocidad superior.
A menudo, la ciencia-ficción nos presenta lo que podríamos denominar como "la versión fuerte" de la telepatía. Todos conocemos esos seres bípedos y cabezones que hablan entre ellos de modo silencioso. Y no sólo hablan, sino que pueden intervenir, manipular, la mente de los demás. Con frecuencia, nuestro extraterrestre megacéfalo es una "inteligencia superior" provista también de otros poderes paranormales como la telequinesis, de modo que sus facultades han de ser consideradas asímismo como superiores. Adquirirlas supone, en consecuencia, un progreso. Por supuesto, nunca nos hacemos cuestión del hecho de que tales facultades vengan siempre acompañadas de una tecnología sumamente avanzada (seres así dotados no necesitan para nada la tecnología).
Por mi parte, yo no dejo de preguntarme cómo será la sociedad de estos alienígenas. Con sus necesidades materiales satisfechas con largueza por la potencia de su tecnología, hermanados todos por la conciencia de un espíritu común. Puro averroísmo astral. Cualquier idea nueva, cualquier descubrimiento, será compartido por todos sin ninguna dilación, y su paternidad no podrá atribuirse sino a la especie entera. Allí no puede haber individualidades, hay un solo sujeto: el todo. Supongo que se puede envidiar una sociedad como esa arguyendo la extremada solidaridad que une a los semejantes, pero yo no entiendo cómo de semejante estado puede derivar ningún progreso. Por lo que podemos observar en nuestro planeta, las especies perseveran, a menudo sin éxito, en el empeño de seguir siendo ellas mismas. Por lo tanto, no hay nada más alejado de la vida específica que el progreso. Desde hace muchos millones de años las moscas siguen siendo moscas porque no hay entre ellas ninguna que pueda hacer valer su individualidad sobre la ingente masa de la que ha venido a ser insignificante miembro. La "mosquidad" es eterna porque no hay nada que la obligue a cambiar y porque produce muchos huevos. La eternidad es pura indiferencia. Es ausencia de movimiento: muerte (del individuo).
Es cosa segura que la ciencia ficción habrá parido muchas más, pero ahora yo tengo en mente dos sociedades "eternas". La primera -por reciente- es la que se nos muestra en la película "Avatar". En el rico y exuberante planeta de Pandora la comunicación telepática, como corresponde en la era de internet, se verifica merced a las conexiones USB con la Gran Madre Naturaleza de que todo ser dispone por nacimiento. Allí, como en los más rancios mitos terrícolas, Naturaleza y divinidad se identifican. En sí mismo el mito no tiene nada de malo, el problema es que en la película se nos ofrece degradado bajo una explícita identificación informática y barnizado de moralina. De este modo, naturalismo, primitivismo mecánico, totalitarismo y moral aparecen aunadas. Gracias a su fuerza moral de nativos estelares y explotados, que emana del ser uno con la madre Tierra, su rudimentario armamento se impone a la avaricia de los invasores y a la más asombrosa y devastadora tecnología.
La segunda se la debemos al genio de Isaac Asimov. En la cuarta entrega del Ciclo de la Fundación, "Los límites de la Fundación", el autor nos presenta una supermente originada por la unión telepática de todos los habitantes del planeta Gaia, no sólo los humanos, cuya finalidad es trabajar por el bien común. Gaia propone la constitución de una entidad mucho más vasta que incluya toda la galaxia, con lo que el imperio galáctico quedaría restaurado. "Yo-nosotros-gaia" es el lema que constantemente repite Bliss, la coprotagonista natural del planeta que junto con unos miembros de la Fundación se lanza a la búsqueda de la Tierra en la última entrega.
El Bien Común es un concepto lo suficientemente esquivo para desconfiar de él. Lo usan los demagogos para hacerse con el favor de las gentes, los dictadores y los magnates que desean justificar despidos masivos. Pero, hasta el momento, no he conocido a nadie que sepa calcularlo. En su nombre se han cometido las mayores tropelías y los crímenes más atroces y, en definitiva, resulta llamativo el hecho de que algo que de tal modo interesa a todo hombre suscite en ellos los desacuerdos que provoca. Trabajar por el bien común siginica, de manera inequívoca, luchar contra el interés de las personas, precisamente porque con ninguno de los intereses particulares puede identificarse. El bien común de la especie "Cebra" incluye el que muchos de sus individuos caigan bajo las fauces de sus depredadores, porque de este modo se garantiza la supervivencia de los especímenes más sanos. Vivir bajo la égida del bien común supone desaparecer como individuos.
Es cosa clara que el verdadero progreso de una sociedad no consiste en hacerse uno con los demás, sino en dividirse, en diferenciarse, y armonizar los propios intereses con los del resto. La salvación no está en el todo sino en el yo. "Amad al prójimo como a vosotros mismos" nos ordena el mandamiento. Esto es: que el amor que profesáis a los demás no sea superior al que sentís por vosotros y que éste sea el modelo de aquél. Kant lo formulaba de este modo: "obra siempre de manera que la máxima de tu conducta pueda convertirse en una ley universal". O, lo que es lo mismo: trata a los demás como te gustaría que te tratasen a tí. No hay aquí ningún gregarismo. La razón es lo diameltralmente opuesto al totalitarismo.

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