sábado, 3 de noviembre de 2012

¿De verdad está todo permitido? Los Hermanos Karamázov, de F. Dostoievski


Me había propuesto no comentar novelas. No por prejuicio contra el género -al contrario: soy asiduo lector- sino por mi inveterada costumbre de no atenerme a cánones establecidos, ni siquiera a guiones o esquemas. Cuando alguien me habla de una obra, lo que espero que me diga, antes que cualquier otra cosa, es qué pensaba mientras la contemplaba (o la leía), qué reflexiones le suscitó, qué resortes de su inteligencia y de su ser puso en marcha. Se entiende que yo, por mi parte, trato de hacer lo propio. Leer es un trabajo casi tan creativo como escribir (aunque, desde luego, algo más fácil) y el lector ha de darnos noticia de sus afanes. El problema es que, a menudo, el resultado de este empeño no es precisamente una opinión sobre un libro, y de ahí viene mi reticencia. A pesar de lo dicho, tras la relectura de "Los hermanos Karamázov", de F.M.Dostoievski, olvidaré por un instante mis principios, los retomaré inmediatamente para castigo del infortunado lector, y cederé después a la tentación de escribir sobre esta extraordinaria y deslumbrante novela.
Dostoievski la escribió entre los años 1879 y 1880, y la fue publicando por entregas en la revista "El Mensajero Ruso". El argumento, que hace las delicias de todo buen freudiano, es aparentemente sencillo: los celos de un hijo (Dmitri Fiódorovich Karamázov), militar reservista de costumbres disipadas y carácter violento, hacia su padre (Fiódor Pávlovich Karamázov) a causa de una mujer (Grúshenka) a la que pretenden ambos. Media una querella entre padre e hijo por la herencia de la madre de Dmitri, primera esposa de Fiódor, que, según el hijo, le corresponde recibir. Fiódor Pávlovich tiene otros dos hijos de su segundo matrimonio, también huérfanos de madre, Iván y Alexei, a quienes conocemos al comienzo de la novela por coincidir todos ellos en la ciudad donde reside el padre y donde se desarrolla la acción. Iván es un aventajado estudiante de filosofía, un intelectual. Alexei es novicio en el monasterio local, bajo la tutela del stárets Zósima, un anacoreta que vive en el monasterio y que goza fama de hombre sabio y santo. Junto a los descritos, cabe comentar la presencia de otros dos personajes importantes: Katerina Ivanovna, la prometida de Dmitri a quien éste traiciona tras enemorarse de Grúshenka, y Smerdiakov, hijo bastardo de Fiódor Pávlovich empleado como sirviente en su casa.
La trama, en apariencia sencilla aunque no del todo lineal, se desarrolla en torno a las circunstancias del asesinato de Fiódor Pávlovich, de la acusación contra su hijo Dmitri, su juicio y su condena. No obstante -creo recordar- hay al menos tres episodios de suma importancia que la interrumpen. Me refiero en primer lugar al capítulo en que se narra en primera persona la vida del stárets Zósima, a otro en que se nos da cuenta de un poema de Iván Fiódorovich titulado "El Gran Inquisidor" que está precedido por la entrevista que éste mantiene con su hermano Alexei, y a otro posterior -casi al final de la novela- en que se narra la larga conversación que Iván mantiene con el Diablo durante un acceso de delirios febriles que le aquejan tras la muerte de su padre. Intercalada entre otros asuntos a lo largo del relato, Dostoievski nos da cuenta de la circunstancia familiar de Sneguiriov, un reservista que vive casi en la miseria, borracho depresivo, a quien Dmitri ofende, borracho también él, en una de sus frecuentes y estrepitosas curdas. Creo que conviene mencionar también las conversaciones en casa de Fiódor Pávlovich entre el padre, los dos hijos menores y el criado Smerdiakov. También hay que hacer mención de un personaje secundario -Rakitin- , un miserable e intelectual nihilista, cuya catadura moral es más bien rastrera y que supone una alternativa al dipolo que integran Ivan y Alexei.
Maravillosamente entrelazados en la trama, Dostoievski trata tres temas capitales: el mal, la libertad y Dios. Como burlándose de ellos, Fiódor Pávlovich plantea el dilema de la existencia o inexistencia de Dios a sus dos hijos menores. Es cosa clara que al viejo libertino en realidad no le interesa la cuestión, pero pregunta movido por el divertimento superficial de contemplar la divergencia entre los hermanos. Iván responde que no hay Dios, Alexei afirma lo contrario. Lo interesante es que muy pronto, en conversación con Smerdiakov, Iván obtiene la conclusión natural de su negación: "Si Dios no existe, entonces todo está permitido" (adviértase la forma condicional del enunciado).
Que Dios no exista supone para Iván lo que la muerte de Dios es para Nietzsche, aunque con dos salvedades importantes: la primera, que en la novela Dostoievski ciñe el asunto al plano moral; la segunda, que Iván no es capaz de asumir su nihilismo y erigirse en un creador de valores. El papel de Dios como garante, como fuente y como razón de ser de la ley moral es semejante en ambos autores, pero la consideración de la muerte de Dios les separa. Aunque Iván Fiódorovich Karamázov es un nihilista, Dostoievski no lo es. Que Iván es nihilista queda claro tras su consideración del problema del mal. Que Dostoievski no lo es se hará patente en el desarrollo de la novela, aunque el autor lo anticipa eligiendo explícitamente a Alexei como protagonista. El novelista parece empeñado en discutir el aserto de su personaje, bien negando el consecuente (recuérdese su forma condicional) -esto es: negando que dios no exista-, bien negando la relación de consecuencia mediante la consideración de una tercera vía que le sitúa en posiciones cercanas al existencialismo: afirmando la libertad radical del ser humano.
En capítulo tercero del libro V se cuenta la entrevista que los dos hermanos menores mantienen con el fin de conocerse mutuamente. Ambos han vivido separados desde hace años y ese lapso, a su edad, supone casi toda la vida. Iván pretende explicarle a su hermano qué clase de hombre es, qué piensa, cuál es su manera de contemplar la vida. Necesita aclarar por qué la vispera declaró ante la pregunta de su padre que Dios no existe. Iván se muestra perturbado por el problema del mal y, aunque su argumento no es directo, lo aborda del modo clásico: el mal es una objeción contra la existencia de Dios. El problema se formuló en la antigüedad, la tradición lo pone en boca de Epicuro al atribuirle un fragmento que después David Hume repetirá en sus "Diálogos Sobre la Religión Natural" y que reza así:
"¿Es que (Dios) quiere evitar el mal y es incapaz de hacerlo? Entonces es impotente. ¿Es que puede pero no quiere? Entonces en malévolo. ¿Es que quiere y puede? Entonces, ¿de dónde proviene el mal?"
Me interesa hacer notar dos cosas. En primer lugar, la estructura condicional del fragmento. Hume infiere la negación de los atributos de Dios a partir de la existencia del mal. Sin embargo, ocurre que a Dios le conocemos por sus atributos. Luego Hume niega a Dios. "Si hay mal en el mundo, entonces Dios no existe", viene a decirnos. La cuestión se complica cuando tomamos el aserto del empirista referido al mal que deriva de las acciones humanas, al mal moral, que es el modo en que Iván Karamázov la aborda. Iván no plantea la cuestión de un modo tan explícito. Puede admitir, incluso, que haya Dios, pero no puede aceptar su gloria. Al final de los tiempos, dice, todo sufrimiento, toda contradicción, se verá justificada. Se mostrará necesaria , pieza clave en el desarrollo del vasto plan divino. Pero, observa nuestro personaje, hay una ingente cantidad de mal gratuito, innecesario, absurdo, no redimido, incluso bien visto. Y es este mal el que le lleva a rechazar la gloria final. Pero rechazar la gloria final equivale a negar el fin de la Historia, con lo que ésta deviene absurda. Exactamente lo mismo que si no hubiese Dios. En definitiva, también Iván infiere que Dios no existe a partir de la realidad del mal.
Por otra parte, ceñirse al mal moral es ambiguo. El condicional al que aludía antes se convierte en dos condicionales: "si el hombre desobedece la ley moral, entonces Dios no existe"; o bien "si no hay ley moral entonces Dios no existe". En el primer caso se nos plantea la cuestión de la libertad del hombre, a quien se supone lo suficientemente dueño de sí para elegir entre una u otra opción. Pero la cuestión en sí depende de si hemos establecido o no la existencia de una ley moral. Este es el dilema que importa: si no hay ley moral entonces Dios no existe. O, lo que es lo mismo: si todo está permitido entonces Dios no existe. Tanto Epicuro como Hume e Iván Fiódorovich Karamázov han establecido como hecho primero e incontrovertible la existencia del mal, y como consecuencia la ausencia de Dios. La existencia del mal es empíricamente verificable -lo hace Iván durante la entrevista con su hermano-, el nihilismo es su consecuencia.
Tengo la impresión de que esta novela es una confesión de fe por parte del autor. Confesión incondicional, contra viento y marea, a pesar de lo que sea. Lo digo porque ese condicional que habíamos visto en Epicuro y Hume, y que nos habíamos empeñado en atribuirle también a Iván, es distinto del que Iván propone a Smerdiakov. El sentido del condicional es el opuesto en ambos asertos. El primero nos dice: "si todo está permitido, entonces Dios no existe". El lema que se repite a lo largo de esta obra es. "si Dios no existe, entonces todo está permitido". En pura lógica, no es posible el paso del uno al otro sin caer en la denominada "falacia de afirmación del consecuente". Según mi interpretación, Iván se atiene a ambos. Así pues, o incurre en la falacia -cosa que no podría pasar desapercibida a un aventajado estudiante como él- o identifica antecedente y consecuente, con lo que transforma el condicional en un bicondicional. En lo sucesivo, me atendré a este supuesto. Dios no sólo es el garante de la ley moral, es su substancia misma. Sin ley moral no hay Dios, y viceversa, sin Dios no hay ley moral. Ahora bien, cualquiera que haya leído la novela tendrá que percatarse de cómo el asesinato del padre repugna a Iván hasta hacerlo enloquecer. No todo está permitido, en este caso, y, siguiendo el argumento lógico, Dios existe.
Que el asesinato horroriza a Iván es indiscutible. Sólo hay dos posibles culpables: Dmitri o Smerdiakov. Si el asesino fuese Smerdiakov parte de la culpa tendría que asumirla el propio Iván por haber sido él quien le aseguró al ignorante hermanastro que todo está permitido (primero afirma que dios no existe y después dice que si no existe todo está permitido). Si mantiene viva la sospecha sobre Dmitri es para eludir su propia responsabilidad. También Iván odia a su padre y desea su muerte. Al fin y al cabo, el propio Fiódor Páulovich ha impedido el desarrollo en sus hijos del amor filial cuya carencia todos consideramos contra natura. Lo que le diferencia a Iván de Smerdiakov lo señala Alexei con prístina claridad: "Tú no has matado", le dice a su hermano. Iván acata la ley moral, Smerdiakov decide no tenerla en cuenta, y a eso se reduce toda la cuestión.
El punto de vista de Alexei, con el que creo que se identifica el autor, es al fin coincidente con el de su hermano, pero curiosamente distinto. La premisa de Alexei es diametralmente opuesta a la de Iván: Dios existe. Por tanto, siguiendo el argumento de Hume, no todo está permitido. Lo que ocurre con Alexei es que no cree que el mal sea incompatible con la existencia divina. Al contrario, Alexei se pregunta por la procedencia del bien. También él posee su lado positivista y puede constatar empíricamente la presencia del bien en el mundo. Esta constatación nos la ofrece Dostoievski en el relato biográfico del anacoreta Zósima y, sobre todo, en el episodio de la muerte del hijo de Sneguiriov, Iliúshechka, que de manera tan elocuente cierra la novela. El secreto argumento de Alexei podría formularse como sigue: "Si Dios no existiese, no habría ningún bien sobre la Tierra; pero vemos que no todo es malo, que el mal no protagoniza toda la realidad; en definitiva, Dios existe". Es sorprendente el hecho de que ambos hermanos se atienen al mismo lema (si Dios no existe, entonces todo está permitido). Lo que les diferencia es algo previo al lema, el pesimismo desesperado del uno y el optimismo esperanzado del otro. Entre ambos fluye la corriente de la libertad del hombre para acatar o no la ley moral.
La indudable presencia del bien redondea el concepto de Alexei -y de Dostoievski- acerca de Dios y nos permite establecer la diferencia con el de Iván. Esta diferencia explicará el nihilismo al que se aboca el intelectual. Iván ha olvidado considerar el bien que -en mayor o menor medida- es posible encontrar en el mundo. Su concepto de Dios no difiere mucho del protestante, se trata de un ser terrible con el que el hombre no tiene punto de comparación y al que rechaza de plano. Alexei, por el contrario, considera el amor de Dios hacia las criaturas, que es la fuente de donde emana el bien. Esto le acerca a la concepción católica, pero no le identifica con ella: la Iglesia Católica ha transformado el amor en caridad (es decir: la vertiente mundana del amor divino, la posibilidad que ofrece en el terreno práctico de la vida), en tanto que nuestro personaje se atiene eminentemente a la esperanza de salvación que nos abre. Esta diferencia básica entre las dos confesiones cristianas se explica en el poema de Iván "El Gran Inquisidor". La Iglesia Católica, gracias a su vocación secular, traduce el amor en caridad y la caridad en acción política. En consecuencia, administra la libertad de sus fieles y les libera de su radical responsabilidad. Y ésta es una cuestión -la de la libertad- que no deseo pasar por alto.
Se trata de un concepto cristiano. Y antes que cristiano, judaico. Adán y Eva ganaron la libertad el mismo día en que probaron del fruto del árbol del Bien y del Mal. Cuando adquirieron la ciencia del discernimiento y perdieron el Paraíso entonces fueron libres para elegir. Se liberaron de las cadenas de la naturaleza, de la determinación instintiva, de la inocencia tribal, de las costumbres de la horda. Hablando en términos modernos, su conducta ya no fue cuestión de etología sino de ética. Ni siquiera la obediencia a una ley ancestral proporciona el grado de libertad que postula el cristianismo. La libertad, nos dice Iván en su poema, supone la adhesión incondicional (es decir: por encima de cualquier interés personal) a una ley moral aprehendida en la intimidad del propio espíritu, es conciencia. Cada acto de elección nos define como personas frente a la ley, y nosotros no tenemos más guía que la propia conciencia, la rectitud o el desatino de nuestro juicio personal. Ni siquiera nos es dado calcular las consecuencias de nuestros actos más allá de lo inmediato. La libertad, para el común de los mortales, es un regalo envenenado. No es un don, es una carga.
Iván queda desarmado por el peso de su carga (no olvidemos que su carga es haber deseado la muerte de su padre). Los católicos, piensa, pueden ceder su libertad y su responsabilidad al inquisidor, pero un ruso no puede. Y, para colmo, el mismo diablo se le aparece y y le atormenta con sus insidias. "¡Te riges sólo por nuestra tierra de ahora! -le dice la aparición-. Pero la tierra de ahora puede que se haya repetido ella misma un billón de veces. Se extinguió, se cubrió de hielo, se resquebrajó, se hizo añicos, se desintegró en los elementos constituyentes, de nuevo el agua sobre el firmamento, de nuevo el cometa, de nuevo el sol, y del sol la tierra: este desarrollo se ha podido repetir infinitamente, y todo lo mismo, hasta el último detalle." He aquí, un año antes de la publicación de la "Gaya Ciencia" por F.Nietzsche, el pensamiento del eterno retorno. Y con este pensamiento, junto con el deseo, irredento y no cumplido, de matar a su padre, ha de vivir el joven ateo. No mil, sino infinitas veces repetido, infinitas veces incumplido, infinitas veces irredento.
También Dmitri deseó la muerte de su padre, aunque no lo mató. Para él, sin embargo, hombre sencillo y menos instruido que su hermano, es suficiente para purgar su pecado el soportar los sufrimientos del presidio. Sufrir, aunque sea injustamente, le libera de su culpa. Incluso puede bastar el hecho de haber aceptado el castigo. Por su parte, Alexei predica activamente el amor como vehículo de salvación (es decir: de redención). No importa cuánto pueda llegar a pervertirse un hombre, pues siempre podrá recordar que una vez amó y fue bueno. Lo mismo que un solo hombre justo basta a la clemencia divina, un solo acto justo alcanza para la salvación. Precisamente con este pensamiento de Alexei, expuesto a los amigos de Iliúshechka poco después de su entierro, concluye la novela.

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