jueves, 8 de febrero de 2018

Dos relatos sumamente breves e inconexos

CINCUENTA PAVOS


¡Joder, como siga corriendo así se me van a salir las tripas por la boca! Y el madero ese está cada vez más cerca, Si me trinca estoy jodido... Y, total, seguro que la puta vieja no tiene ni cincuenta pavos en el bolso. ¡Cómo chillaba la mastuerza, parecía una rata!
Por esa calle a la derecha seguro que le doy esquinazo. Como no ande listo lo tengo claro, ¡si yo antes corría más!
¡Joder, me ha visto, todavía sigue ahí! Me ha debido tocar el único que no tiene barriga, seguro que ni fuma el cabrón. ¡Cómo corre!
No importa, por esa otra callejuela y luego a la izquierda. No le dará tiempo a verme entrar. En cuanto me meta en el portal ya no me traba. ¡Que vaya buscando uno a uno, no te jode!
¡Mierda! ¿Y esos dos de enfrente de dónde han salido? ¡Joder, con lo estrecha que es la calle...!
Me da que hoy mi vieja no se pincha, ¡cualquiera la aguanta...! ¡Joder, por lo menos de eso me libro!


                        +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++   +++  +++      


UN DESEO

Ya estaban encendidos los faroles cuando entró el anciano rodeado por un enjambre de bisnietos revoltosos. Incluso su futuro tataranieto se agitó en el vientre de su madre cuando ésta terminó de tender una ristra de globos multicolores de una esquina a otra del enorme salón. 
Toda la familia -toda- se había reunido para celebrar el nonagésimo quinto aniversario del abuelo. Hijos que lograron evadirse por unos días de la disciplina de sus respectivos asilos; nietos esparcidos por el ancho mundo como simiente que un labrador arroja al aire; bisnietos alborozados ante la perspectiva de zafarse por unos días de la rutina del colegio y jugar alocadamente y sin normas con esos lejanos parientes que no conocían y de los que tanto oían hablar últimamente. Sin olvidar, cuando procedía o aún no habían fallecido, la pléyade de sus consortes. Tanta gente, que se había quedado pequeño el local que el hotel había puesto a disposición de su cliente del mes.
-Siéntese, abuelo -dijo con acento notoriamente exótico, al tiempo que acercaba una silla, una rechoncha cincuentona de portentoso pecho-. Aquí, presidiendo la mesa, como corresponde.
Sonó entonces un estruendoso y escasamente afinado "cumpleaños feliz", se descorcharon algunas docenas de botellas y comenzaron a circular los postres. El vejete no había asistido a la comida organizada en su honor porque ya no estaba para semejantes fandangos pero, un poco para no desairar a su familia y otro poco por verla toda reunida, para desgracia de su cuidador -hombre de carácter nervioso que a cada momento recelaba un tropiezo del anciano entre tanto niño bullicioso-, accedió a personarse para el agasajo final.
En cuanto se hubo sentado, un camarero de pajarita negra, camisa blanca y enorme lamparón color burdeos, trajo una descomunal tarta en la que lucían noventa y cinco velitas. Alguien apagó las luces y, acto seguido, relampaguearon con brillo súbito e impertinente los flashes de las cámaras.
-No olvide pedir un deseo antes de apagar las velas -recordó la matrona de abundante pecho que le había ayudado a sentarse.
-¡Dios mío. Dios mío! -rezó el abuelo para sus adentros mientras se sujetaba la dentadura-. ¡Que no se me olvide pedir mi deseo!
Y sopló.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  2. se suele decir que hay que tener cuidado con lo que se desea ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. El problema es que, según mi interpretación, el protagonista ha olvidado formular su deseo. No pide nada.

      Eliminar