jueves, 8 de febrero de 2018

¿INTELIGENCIA O CONSCIENCIA?

(Escribí este texto el 24 de febrero del 2011).



He estado buceando por aquí y por allá y he recalado en "2001, una odisea espacial", novela de A.C. Clarke paralela y estrictamente simultánea a la película homónima de S. Kubrick, sobre la  que hay escritos varias artículos, algunos de ellos muy antiguos y muy buenos. Y lo cierto es que me gustaría destacarlos aquí. Supongo que lo más adecuado sería escribir comentarios a estos artículos, pero no tiene mucho sentido después de tantos años. Quiero aclarar, en primer lugar, que mi intención no es comentar otros artículos. En segundo lugar, tampoco es mi intención opinar sobre la novela, por tres motivos. Primero, porque no me encuentro en condiciones de hacerlo, dado el tiempo que ha pasado desde que la leí. Segundo, porque lo que ya se ha escrito de ella es mucho y bueno. Y tercero, porque, además de que me voy a ceñir a un único aspecto de los muchos que se destacan, me referiré indistintamente al libro y a la película. 
El argumento de esta novela-película (en adelante adoptaré el término "relato") es complejo, tentacular, y, sin un esfuerzo notable por su parte, el receptor corre el riesgo de perderse en una maraña de sugerencias, de atisbos que entrecruzan sus implicaciones hasta conseguir desorientarlo completamente. Para quienes sufrimos el mal de la síntesis resulta indispensable localizar un punto de referencia en torno al cual podamos reconstruir la enorme variedad temática que se nos manifiesta. Necesitamos un tema central en torno al que graviten y del que emanen, como los rayos de un sol, los múltiples argumentos que se proponen. (Pido perdón por la metáfora).
De entre la variedad de estos temas, el más evidente es el de la evolución. El relato comienza mostrándonos una especie de homínido no del todo bípedo y concluye con una suerte de ángel intravitelino. La sugerencia es demasiado fuerte para ignorarla, a condición de que obviemos la evolución orgánica y nos centremos en la evolución cultural, en la evolución del espíritu. Una de las notas esenciales del ser humano es el uso y fabricación de herramientas, desde la primera -que, curiosamente, en el relato es un arma- hasta esas cosas tan sofisticadas que son las naves espaciales. La película destaca con toda la explicitud de una imagen la continuidad ideal de ambos momentos. Pues bien, considero de gran importancia esta continuidad. Este es el lugar exacto para hacer notar una confusión en la que solemos caer con toda inocencia: habría que distinguir entre el progreso técnico y otra índole de progreso que no sabría si calificar como espiritual o moral.
Por un malentendido que no hay por qué explicar ahora, siempre que hablamos de evolución hablamos también de progreso. Por eso nos sorprende tanto el hecho de que junto a los seres vivos que calificamos de "superiores" subsisten muchos de los que tildamos de "inferiores" y que, no obstante, son los verdaderos reyes de la creación. El gusano, en su rudimentaria simplicidad, no sólo es más abundante que el felino, o el humano, sino que lo mantiene bajo constante amenaza. En todos los episodios de extinciones en masa los organismos mejor parados han sido siempre los más simples. Es cosa fácil de entender: una bicicleta da menos averías que un ferrari.
Nuestra ciega fé en el progreso nos induce a proyectarnos en el futuro siempre hacia arriba. Esto nos enfrenta a la cuestión del límite. Ocurre que, aunque a nosotros mismos nos representamos como sujetos del progreso, no podemos dejar de considerarnos también unos seres lamentablemente limitados. En consecuencia, hemos de delegar en las generaciones futuras las excelencias del porvenir. Y como, en principio, el número de generaciones futuras es incontable, aunque tengamos plena consciencia de nuestro límite particular, individual, no hemos formado concepto de nuestro límite específico. Así es como ha venido a nosotros la idea de una "inteligencia superior". Este estadio superior de la inteligencia, por más avanzado o desarrollado que lo imaginemos, no deja de ser natural, de "tejas abajo". Sin embargo, como no concebimos el límite, tampoco nos privamos de asimilarlo a la divinidad. Por eso la ciencia-ficción está plagada de títulos y constantes referencias alusivos a los dioses. El simple hecho de navegar por el universo supone para nosotros cierta transgresión del orden natural. Las estrellas siguen estando más cerca de Dios. El concepto de "inteligencia avanzada" es candorosamente optimista. Nos representamos a nosotros mismos salvando el abismo que nos separa de la divinidad, pero entendida a la manera cristiana. Dios es infinitamente poderoso, pero también es infinitamente sabio y -sobre todo- infinitamente bondadoso.
Dios es el límite, el sentido. Al eliminarlo, eliminamos la idea de progreso. Un cosmólogo, como Hawking, que se haya decidido a prescindir de Dios se ve en la obligación de alertarnos de la posibilidad de que las inteligencias extratrerrestes que tanto buscamos no queden libres de los instintos depredadores que oscurecen la nuestra. Al fin y al cabo no sólo son inteligentes quienes hicieron y nos trajeron los monolitos, también lo es Alien, Terminator y ese híbrido de Induráin y gormiti que resultó ser Robocop. El "polvo de estrellas" del que Carl Sagan afirmaba estamos hechos también puede dar lugar a la escoria. En clara oposición, al menos algunos guionistas creen que es posible la inteligencia ayuna de moral.
Como dije antes, padezco el mal de la síntesis y necesito, para entender cualquier cosa, buscar la idea central que me permita hilvanar a partir de ella todas cuantas se vayan sugiriendo. Pues bien, el tema central del relato que nos ocupa lo encuentro en las problemáticas relaciones entre inteligencia y conciencia (o consciencia). El tema es de rabiosa actualidad. Hace ya cinco siglos que la política -que es una actividad supuestamente inteligente- no apunta en la misma dirección que la ética. En algún momento de la historia, la política se ha olvidado del individuo. Ayer mismo, hoy y probablemente también mañana, la economía -otra actividad inteligente- sigue los mismos pasos. "Estado", "empresa" y "mercado" son entidades que se anteponen a los individuos, a quienes deberían servir. La creencia de que el todo es superior a la suma de las partes se denomina totalitarismo.
Que me perdonen los psicólogos si, ahora que me propongo definir el término "inteligencia", opto por utilizar el diccionario de la RAE en vez de acudir a un glosario de términos psicológicos. Yo no soy psicólogo y no tengo por qué plegarme a los intereses del gremio. Dice el diccionario en su última edición:
INTELIGENCIA: 1º) Capacidad de entender o comprender. 2º) Capacidad de resolver problemas. 5º) Habilidad, destreza y experiencia.
Aquí transcribo sólo las acepciones que corresponden a facultades. Confieso que habría preferido encontrar esto:
INTELIGENCIA: 1º) Capacidad de entender o comprender. 2º) Capacidad de efectuar operaciones con éxito.
De todos modos, ambas definiciones son equivalentes. La ventaja de la mía es que, a pesar de la eleganca del número tres, proponer dos acepciones me permite establecer la dicotomía del significado del término a la que pretendía llegar. Inteligencia es, por una parte comprensión y por otra operación exitosa.
Desde el punto de vista de la segunda de mis acepciones, la inteligencia sólo requiere potencia de cálculo y de acción. Ni siquiera precisa una relación consciente entre ambas, como es el caso de la mera habilidad manual. No es difícil concluir sobre estas premisas la máxima de que el fin justifica los medios. Del cálculo a la acción, no tiene por qué mediar ninguna proporcionalidad entre los extremos del acto. Cualquier fin justificará entonces cualquier medio. Se me podrá objetar que por esta vía llegamos a la irracionalidad más estúpida, pero lo cierto es que se trata de la racionalidad de medios que impera en la guerra, en la política, en la economía, en la empresa y en muchas de nuestras relaciones personales. Es una racionalidad ajena a la moral, amoral.
Por lo que se refiere a la comprensión, prefiero acudir de nuevo al diccionario:
COMPRENDER: 3º) Entender, alcanzar, penetrar. 4º) Encontrar justificados o naturales los actos o sentimientos de otro.
Aquí se destaca el movimiento del sujeto que comprende hacia el objeto comprendido. Comprender es proyectarse uno mismo hacia lo comprendido, anticiparlo, ponerlo por delante. Comprender e interpretar son una y la misma cosa. Cuando comprendemos a otra persona, cuando "encontramos justificados o naturales sus actos o sentimientos", nos estamos poniendo en su lugar. Entonces vivimos sin vivir en nosotros para vivir en el otro, lo reconocemos como persona. Comprender a otro es comprenderse a sí mismo. "Conócete a tí mismo", le dijo el oráculo a Sócrates. La comprensión requiere autoconciencia, es reflexión, un volverse sobre sí mismo para salir de sí mismo. No otra es para Kant la fuente de la conciencia moral. El imperativo categórico lo formula así: obra como si la máxima de tu conducta pudiera convertirse en ley universal. Es decir: trata a los demás como te gustaría que te tratasen a tí. Toda moral y todo sentimiento humano supone autoconsciencia. Amo y comprendo a los demás porque me amo y me comprendo a mí mismo. Cuando Hal le dice a Dave que es imposible que se equivoque quizá no haya rebasado el nivel de inteligencia en su primera acepción, pero cuando, en la larga escena de la película en que el humano procede a desconectarlo (y que es una de las que más me gustan), le confiesa que tiene miedo, entonces podemos estar seguros de tener enfrente una persona. Hal le está pidiendo a Dave que comprenda su miedo, se está reivindicando como sujeto de derechos. A este respecto hay que hacer dos observaciones: primero, la regresión hacia la infancia del ordenador del Discovery a medida que Dave procede a desconectar sus funciones; segundo, el cariño con que el doctor Chandra le trata a Hal y a su gemelo en la Tierra en la segunda parte (yo sólo he visto, en este caso, la película). En Blade Runner (me refiero también a la película), el replicante, antes de morir, le dice al protagonista una frase que aunque no vaya tan lejos sí es tremendamente más explícita. El androide primero hace memoria de las maravillas que ha visto y después confiesa: "Todo esto se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".
Al concebir la inteligencia como un producto natural emergente de la sensibilidad, podemos suponer que, como todo proceso natural, es susceptible de ser reproducida artificialmente. En pura lógica, todo cuanto no encierra contradicción es posible. Ahora bien, si persistimos en la idea de servirnos de nuestras producciones, de fabricar máquinas inteligentes que substituyan a los esclavos, difícilmente podrán alcanzar el grado de inteligencia que nosotros consideramos humano. Se precisa un padre como el doctor Chandra para eso.
Por cierto, no entiendo qué significa "inteligencia superior".

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