jueves, 8 de febrero de 2018

La ausente edad de oro

(Texto escrito el 4 de febrero del 2011).



De entrada, debo decir que me resisto a considerar el Silmarillion como una suerte de prefacio histórico del Señor de los Anillos. No creo que en la mente de Tolkien (padre) anidase tal idea. El tema de los anillos es muy reciente en la producción del autor y probablemente responde a la necesidad de incardinar la epopeya de Aragorn y Frodo en el conjunto de su universo, del que no tienen por qué formar parte (como tampoco forma parte de él "Egidio, el granjero de Ham", que es un cuento relativamente similar a "El Hobbit"). Más bien tendríamos la recíproca: el "Señor de los Anillos" sirve de cierre a la historia de la Tierra Media, a la que serviría de epílogo.
Hay discontinuidades en dicha historia que el autor racionaliza como "edades" y que debilitan la ilación entre las distintas épocas. De la segunda edad sólo se nos refiere, en el "Akallabêth", la caída de Númenor y poco más que la genealogía de los reyes; de la tercera, también el final (la Guerra del Anillo) y algunos episodios que no pueden llenar el vacío. De este modo, no hay verdadera continuidad entre distintas edades sino sólo su llana afirmación.
Por lo que se refiere a Tolkien (hijo), en el prólogo de este libro no hace ninguna referencia al carácter preliminar del Silmarillion. A lo más, afirma que el Silmarillion sirve de marco para los escritos posteriores de su padre. Esas son sus palabras textuales, pero el Silmarillion no existe en vida de su autor: lo que existe es un conjunto de relatos más o menos elaborado. De donde se sigue que lo único que podemos considerar como marco es, en términos generales, el "universo" que crea. La intención manifiesta de Christopher Tolkien es sacar a la luz una serie de relatos que ha rescatado de entre los papeles que dejó su padre. El "señor de los Anillos" se puede leer independientemente de esta colección de cuentos, y, de hecho, así es como lo hemos leído la mayoría sin que por ello haya disminuído su encanto.
H. Carpenter ("Tolkien, una Biografía", en Espasa Calpe, 2002) afirma que la intención de nuestro autor es la de escribir la historia de las gentes que hablan las lenguas que ha inventado. El material de sus relatos en eminentemente lingüístico. Un lenguaje no es nada sin sus hablantes, sus historias se entrelazan (la de la lengua y la de los hablantes), se corresponden, son inseparables. La diferenciación entre el Sindarin y el Quenya responde a la primera división entre los elfos, del mismo modo que el aislamiento de los pueblos que lo componían, tras la caída del Imperio Romano, produce la variedad de lenguas romances actuales. El uso restringido del Quenya en la Tierra Media es paralelo al uso culto y ceremonial del latín en la Europa medieval.
Tampoco es enteramente cierto que Tolkien se refiera al mismo mundo en el "Silmarillion" y en el "Señor de los Anillos". Nosotros todavía podemos deambular por los restos de las civilizaciones pasadas. Pero, por mucho que lo desee, Aragorn nunca podrá pisar Ossiriand, ni Beleriand, ni Gondolin, ni Doriath. Tampoco podrá librar batalla contra los orcos de Utumno, ni de Angband, y mucho menos visitar Valinor. Además, salvo minúsculos remanentes, los pueblos que pueblan la Tierra Media no son los mismos en las distintas edades. Se pueden destacar determinados parentescos personales (Galadriel es nieta de Fëanor, Arwen es bisnieta de Lúthien, Aragorn es descendiente de númenoreanos -y también de Lúthien), pero a esto se reduce toda relación. Ni los elfos son ya noldorim, ni los habitantes de Gondor son númenoreanos, salvo quizá los personajes importantes.
No obstante, es posible establecer cierto orden en la acción de los relatos, pero no un orden completo. Algunos de ellos son simultáneos. La aparente reiteración de determinadas circunstancias comunes no es sino la prueba evidente de que los distintos episodios pueden leerse de manera independiente. La continuidad del tiempo es la consecuencia colateral del hecho de reunirlos en un solo libro. por tanto, no es preciso leerlo de corrido, no se trata de una novela.
Según nos cuenta Carpenter, Tolkien abrigaba también la intención de dotar a nuestra desencantada Europa, y en particular a Inglaterra, de un mito del que carecía. Toda civilización lo tiene, pero nuestro Occidente cristiano sólo posee religión e Historia Sagrada. De hecho, muchos de los relatos adquieren la forma que tendrían en una tradición oral. Esto se debe, en buena parte, al modo en que Tolkien escribía y reescribía sus cuentos. De muchos existen varias versiones, sin que el autor llegara a descartar ninguna de ellas. No hay más que recordar las dos versiones que da Bilbo de su hallazgo del Anillo. Por necesidades de la narración, en el "Señor de los Anillos" Tolkien hace aparecer la original como una mentira del hobbit, un desliz que se comprende por la influencia maléfica del objeto. La divergencia forma parte de la narración en este caso.
Entre Historia Sagrada y mito yo encuentro, básicamente, dos diferencias. La primera es que, en tanto que sustentada por una Iglesia, la Historia Sagrada posee un carácter canónico del que carece el mito. La segunda es que la Historia Sagrada supone un claro matiz lineal del tiempo. Para los cristianos, todo comienza en el Edén y, tras la caída por el pecado de Adán y Eva, la humanidad emprende un largo y penoso camino ascendente de reencuentro con Dios, del que la Redención es un hito significado. La Historia concluirá al final de los tiempos con la gloriosa Segunda Venida de Cristo. En el mito, por el contrario, no se da esta linealidad. El mito suele destacar el crácter cíclico del tiempo, estacional y anual, sobre todo. El mito es explicación dramática de la repetición.
Pero el relato de Tolkien es distinto. El mito, en sentido estricto, desaparece muy pronto para dar lugar a la gesta. Influencia de su profesión de filólogo. Por otra parte, y volviendo a lo que me interesa, la principal característica de los relatos de Tolkien es su sentido temporal descendente. Es casi una deconstrucción de la Historia Sagrada: la Gloria pertenece al principio y el resto es un progresivo y constante dejarla atrás. De la luz de Valinor pasamos al gris mediocre del tiempo actual. Se trata de un paradógico mito de desmitificación. La Edad de los Hombres comienza tras la Guerra del Anillo y la partida de los elfos al lejano Occidente. Desde entonces vivimos huérfanos de magia.
Todos los relatos nos hablan de un pérdida. Melkor pervierte en época muy temprana las obras de los Valar, Ungoliant envenena los árboles de Valinor y presta la ayuda que precisa el Señor Oscuro para hacerse con los Silmarils. Incluso el que consigue rescatar Beren a costa de su vida y de su mano (lo digo en ese orden), es portado por Eärendil a remotas regiones del cielo como castigo por su desobediencia a la ley de los Valar. El poder de los Noldor mengua constantemente, incapaz de resistir los ataques de su enemigo, los elfos abandonan la tierra y sus obras caen en el olvido. Finalmente, Arwen muere sola en lo que un día fue Lórien.
Este último episodio, que es también el episodio último, domina el apéndice del "Señor de los Anillos", a mi juicio el punto capital del relato. Se trata de un texto de una belleza sobrecogedora al que cabe aplicarle lo que dice Tolkien de la Música de los Ainur cuando la compara con la de Melkor: "La una -la de los Ainur- era profunda, vasta y hermosa, pero lenta y mezclada con un dolor sin medida que era la fuente principal de su belleza". Pues bien, el dolor es la fuente principal de la belleza de los relatos de Tolkien. Y, al contrario de lo que ocurre con la Historia Sagrada -cuya belleza reside en la esperanza- es dolor lo que encontramos al final. Tras el dolor, sólo cabe el embotamiento de la sensibilidad del último hombre. Yo no concibo mayor pesimismo.Para terminar, permitidme que destaque algunos cuentos: "Del Principio de los Días", "De la Llegada de los Elfos y el Cautiverio de Melkor", "De Beren y Lúthien", "DeTúrin Turambar". En el "Libro de los Cuentos Perdidos" se recoge la historia de Húrin, padre de Túrin. Todos estos relatos contienen imágenes dignas de un cuadro simbolista.)




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